3.21.2014

Montaña rusa.

Vértigo, mareo, montaña rusa. Usted es mi montaña rusa. Cuando la toco me sopla el viento en la cara, se me enfrían las manos y se me encoje el estómago. Tengo ganas de gritar que me bajen de aquí. Incluso, a veces, efectivamente lo grito. Y luego disfruto del vacío, me deshago en carcajadas nerviosas. Y claro, a la más mínima oportunidad vuelvo a hacer la fila para subirme. Esa fila en la que yo no soy ni la primera, ni la segunda, quizá seré la tercera. No importa. Con tal de treparme otra vez a sus manos, no importa. Hago horas, días de fila si es necesario. Joder. Nunca fui de montañas rusas, ¿sabe? siempre preferí los tronquitos esos que te llenaban de agua la ropa. Eso de subir y bajar y volver a subir, de girar, de estar patas arriba no me gusta. Eso me inquieta. Usted me inquieta. Necesito tener los pies en la tierra porque siempre tengo la cabeza en las nubes. Pero usted me arrebata de acá, de las raíces, me levanta y me da tres vueltas. Me encanta. Sí, cuando me bajo temblorosa y mareada, sé que me encanta. Usted es mi montaña rusa y yo temo por el día en que se me acaben los boletos y sea hora de volver a casa.