1.12.2013

Carta para quien no quiere leer.

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Hoy tengo los pies fríos, los ojos cansados y las gafas sucias. Esta madrugada hiela y aún así yo tengo el corazón tan caliente y tan rojo que mis manos lo envidian. El cielo me dibuja nubes de algodón de azúcar por la ventana y yo me siento tan amarga, hecha de cáscara de limón. Quisiera ser algodón de azúcar. Quisiera tener el corazón hecho de algodón de azúcar y así poder ofrecérselo de a poquitos para que se lo coma en las madrugadas en las que no puede dormir. Igual que yo, que nunca puedo dormir. Para que se derrita de a pocos en su lengua y le tiña los labios de rosa, de azul o de violeta. Hoy amanecí diluyéndome, aunque no en su boca. Hoy dejo que el humo de los cigarros me cuente historias mientras Bogotá despierta, pero no me gusta. Todas las figuras que descubro están llenas de soledad. ¿Ha notado que desde el primero de enero Bogotá amanece cada vez más tarde? Es como si el sol no quisiera despertar. Si yo fuera sol tampoco despertaría nunca, me quedaría enredada en mis sábanas de mar. Pero soy mujer y no duermo y lo extraño. Extraño hacerme ovillo y apagar por un rato estos ojos que brillan de ansiedad, estos ojos que ya nadie descubre detrás de los cristales empañados. Extraño escaparme de la soledad un rato, porque hasta la luna se ha cansado de acompañarme. Hace tres noches que ya no coquetea en mi ventana. Quizá dejó de menguar y se ha vuelto luna nueva. Quizá yo debiera dejar de menguar, pero no sé cómo, no tengo calendarios de 28 días. Soy como los africanos y mido mis tiempos en lunas y lluvias, aunque desde que me cansé de lloverle los tiempos me juegan picardías. Usted, que nunca lleva reloj, ¿cómo cuenta el tiempo? Yo llevo reloj hace años aunque nunca me diga nada porque estoy convencida de que no se cuentan los segundos, se cuentan historias. Cuénteme usted una historia. Cuénteme que me lee, que me quiere, que existe. Cuéntemelo y prometo creerlo. Me siento frágil cuando pienso en que quizá usted no exista. Me siento frágil como cristal de hielo quebradizo, con este corazón tan caliente que amenaza con derretirlo todo. Y aún el sol no se digna salir. ¿Y si le cuento una historia para ayudarlo a salir? ¿Me ayudaría a contarle una historia? Una repleta de algodón de azúcar. Una en la que me encuentra y lo invito a café. Yo sé que al sol le gusta el café. O el té de manzanilla. Sí, eso haré. ¿Y usted? Bueno, si quiere puede esperarme tranquila entre las arrugas de mi cobija y yo caliento el agua para tres.

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