6.23.2013

Querida María Sonrisas. (1).

Querida María Sonrisas,

No sé bien cómo empezar esta carta, porque no sé cuál nombre elegir. Opto por el María Sonrisas porque espero sacarle una cuando me lea, pero cada nombre implica una María diferente, una mujer completamente distinta. María Coqueta, María Trencitas, María Moraditos, María Cachetes, María Despeluques, María Gato, María Desplantes… tantas Marías en un cuerpito tan chiquito, porque vea, usted es bien chiquita como esas muñecas de porcelana que me aterraban cuando era pequeña. Pero voy a intentar resumirlas todas en una (a pesar de que creo firmemente que es imposible).

 A usted la he visto sólo dos veces y en realidad es complicado decir que la conozco, nuestras vidas se han cruzado por una mezcla de personas en común y gustos compartidos, así que a través del tiempo más que conocerla la he imaginado y la he nombrado de todas las maneras que se me han ocurrido, porque siempre me causó mucha curiosidad. La María que yo me imagino le gusta el tinto oscuro, pintarse los labios de rojo, guiñarle el ojo derecho a la cámara pero no a la gente, cantar en la ducha cuando está sola y morder en la ducha cuando está acompañada. Le gusta saltar en los charcos y no le gustan las palomas. Creo que es una de esas personas con el corazón tan caliente que le da miedo que un día el ardor se haga insoportable. Creo que le tiene miedo a sentir, pero se divierte y se asombra mucho cuando lo hace. Por eso mismo es una María que no pierde la capacidad de asombro, que mira al mundo con sus ojos grandotes y si tiene la cámara colgada al cuello intenta captar ese pedacito de magia que ve en algo que puedan ver los demás. Por eso creo que a María le gustan los instantes.

María suele llevar las uñas largas y rojas, el pelo desarreglado y las piernas con ganas. También es una de esas personas con manos inquietas, que todo lo tocan, todo lo sienten, todo lo transforman. Por eso alguna vez la nombré María Manitas. Creo que a María le gustaría viajar por el mundo pero no lo ha hecho mucho, aunque todavía tiene tiempo porque es una María joven y no una María vieja, y eso no tiene nada que ver con la fecha de nacimiento aunque quizá que sea bisiesta tenga algo que ver.

Finalmente, María, quiero decirle que he aprendido a quererla de a pocos, entre risas y medianoche, que me gusta imaginarla porque me gusta escribirla, combinarla, descubrirla. Que no sé cuánto de lo que me imagino es realidad pero que confío en mi instinto porque suele acertar y porque siento que es una mujer bonita, de esas que son bonitas de la sonrisa para dentro. Espero que lo sepa.

Amapola.

19/06/2013. 

6.12.2013

Carta 1.

Hoy me he internado de nuevo entre el frío de Bogotá, sin música pero también sin miedo. He caminado sola lo que el cansancio me ha dejado, tragándome las lágrimas y las ganas de correr al imperio de pastillas, cenizas de cigarro, desorden y cobijas en que he convertido mi cuarto. Allá donde no me siento segura, porque sólo lo estuve alguna vez en sus brazos, pero dónde al menos no entra su recuerdo, porque ya nada bonito pasa por esa puerta que custodia mi dragón de tinta y tristezas. Porque su recuerdo (y usted), a pesar de todo, siempre será algo bonito. En cambio aquí, en esta Bogotá que amenaza con llover, su recuerdo se me ha pegado a las costillas y sin importar cuánto salte de charco en charco no se va. Igual no quiero que se vaya, es una compañía salada pero linda en estos días en los cuales la soledad se come cada uno de mis suspiros. Alguna vez le dije que siempre había querido ser paréntesis y por fin lo estoy cumpliendo. Ya casi no río, ya casi no lloro, ya casi no existo. Me quedan estas letras y nada más, siempre he sabido existir mejor así. Ya no tengo llamadas por cobrar ni deudas pendientes, ya hasta la tristeza, la única mujer de la cual he estado más enamorada que de usted, se ha ido de mi lado. Voy dejando de existir de a poquitos para que no se note, para que el sonido de los pájaros al escapar de entre los enredos de mi pelo no despierte a nadie. Me voy convirtiendo en paréntesis, en algo opcional que se puede saltar sin que altere el sentido de la frase. Ya no soy verbo, ni sustantivo, ni predicado. Ya no soy yo y tampoco quiero ser nadie. Estoy más cansada que tranquila. Y Bogotá sigue amenazando con llover, quizá si llueve con suficiente fuerza me derrita, me diluya, Total, ya casi no existo. Total, ya no hay nada que echar de menos.