7.27.2013

Missing.

Desaparecer es un arte complejo que siempre le envidié a David Copperfield y al gato de Chesire. Mi manera favorita de desaparecer desde que tengo memoria es durmiendo y quizá por eso vivo más de noche que de día, porque de día duermo para escapar de las personas y de noche existo un poco, sólo un poquito, en la quietud de una ciudad como la mía, de una ciudad de la furia que duerme con un ojo abierto esperando el momento para dar el zarpazo. 

Mis amigos siempre se han quejado de mis desapariciones, soy esa amiga que ven una vez cada seis meses si la pereza no me gana, pero siempre me he caracterizado por hacer sentir como si esos seis meses no hubieran transcurrido y nos hubiéramos visto por última vez tan solo ayer. O al menos así se siente para mí. Será que uno de los grandes amores de mi vida me enseñó que para estar no era necesario estar físicamente ahí, que para estar basta con dejar ir un pensamiento errabundo de vez en cuando hacia esa persona y que si, y sólo si, el pensamiento es de extrema urgencia la otra persona responderá. Soy un poco como el gato de Chesire, al fin y al cabo, aparezco únicamente cuando siento que es necesario aparecer. Ahora bien, soy mala apareciendo cuando necesito que la gente aparezca para mí. Cuando estoy rota y no encuentro los pedazos de mi sonrisa me recluyo en mí y de ahí es complicado que salga, aunque necesite a gritos un abrazo, una frase linda o incluso un bofetón.

Pero me estoy saliendo del tema. 

Lo que venía a escribir es un edicto para quien quiera, realmente, encontrarme. Para quien quiera estar conmigo ahora que ando perdida. Estoy cansada de palabras y de abrazos virtuales que no te estrujan con fuerza las costillas y sólo dan más ganas de llorar. Estoy tan perdida que existir virtualmente me drena la energía que necesito para encontrarme, por eso ahora si buscan mi nombre en cualquier red social encontrarán que no existo. Y es que, por un rato, esa parte de mí ha desaparecido.

Creo firmemente que no es tan terrible. Que a pesar de que en mi casa nunca contestamos el teléfono y de que mi celular vive sin batería un 80% y otro 10% está histérico y no deja entrar llamadas, no es tan difícil encontrarme. Mi e-mail sigue abierto. Mi celular tiene esa gran capacidad de los últimos celulares para decirme que alguien me estuvo llamando cuando yo no quería escuchar (o a él no le daba la gana). Sigo viviendo (por un tiempo) en el lugar de siempre.

Será que extraño otras épocas. Épocas en las cuales la gente sabía que el contacto humano era de un valor inestimable. Que los viajes eran grandes espacios de tiempo en los cuales la gente podría desaparecer para siempre y jamás ser encontrada de nuevo. Quizá, simplemente, sea que estoy cansada de existir y me voy muriendo de a pocos. Que empiezo a dejar de existir virtualmente para que cuando decida tirarme al mar como Alfonsina nadie se alarme hasta que mi cuerpo ande entre sirenas.

No sé. Sólo sé que, de nuevo y de a pocos, como siempre y como nunca, ando desapareciendo. Pero con un ansia enorme de que alguien, por fin, se atreva a encontrarme.

(Nota para quien no esté mareado de leer:
Acepto invitaciones a café, abrazos con fuerza y regaños mirándome a los ojos.
Sólo deje su mensaje en los comentarios, ya me ingeniaré como responder.)

7.22.2013

Espejos.

Me gustan los crespos despeinados y de colores, porque siempre quise ser esa "with five colours in her hair". Me gustan las mujeres que cuando se sueltan el pelo sonríen. Me gusta el olor de sus rizos morenos.

Me gusta el capuccino sin azúcar y el americano con panela. Me gusta que usted sepa cómo me gusta el café. Me gusta prepararle café de una manera diferente siempre y me gusta que sea en una taza de porcelana porque los vasitos de cartón no aguantan que los apriete fuerte cuando estoy triste o nerviosa.

Me gustan los hombres con barba que cuando abrazan te hacen sentir pequeñita, como una muñeca de trapo. Me gusta que me agarren fuerte de la cintura y me presten sus sacos grandes. Me gusta gustarle a esos hombres. Me gusta no enamorarme de ninguno.

Me gusta el chocolate amargo. Me gusta que las chocolatinas jet, que no me gustan tanto, me la recuerden. Me gusta chapotear el pan entre el chocolate y que el queso se derrita. Me gusta dejar que el chocolate se derrita y terminar toda embadurnada.

Me gustan más los amaneceres que los atardeceres. Me gusta la gente que se ríe duro en la mitad de la calle. Me gusta saltar en los charcos pero no me gusta mojarme los pies. Me gusta mojarme y gritar en la lluvia, siempre que sé que puedo llegar a secarme. No me gusta que me dé gripa, pero me gusta que cuando me da me enamoro. Me gusta tener cinco años a veces.

Me gustan los detalles pequeños y tontos. Me gusta guardarlos todos y por eso mi billetera está llena de todo menos de plata. Me gusta guardar números y que todos mis 13, 17, 19 y 28 estén embrujados por alguna mujer. No me gusta ser consentida, ¡pero cómo me gusta que me consientan! Me gustaba más cuando yo era la única que sabía consentirla. 

Me gustan los amores imprudentes, retadores, rabiosos. Los amores que duelen. Me gustan los cariños baratos, porque odio terminar con cuentas pendientes que no sé pagar. Me gusta amar a destiempo pero no me gusta no saber irme en punto. Me gustan las mujeres jodidas más que las niñas buenas, porque las niñas buenas se van antes de que las echen y las jodidas nunca nos vamos del todo.

Me gusta no tenerle miedo a llorar y que se me pongan los ojos más verdes cuando lloro. Me gusta que se den cuenta de que mis ojos cambian de color. Me gustaba mucho amanecer a su lado y que dijera "pero qué ojos, gata".

Me gusta leer porque entre los libros me encuentro y me pierdo. Me gusta que me llamen por el nombre de algún personaje, y quizá por eso he sido llamada por mil nombres sin ser nunca totalmente ninguna. Me gusta tanto el olor a libro viejo como a libro nuevo. Me gusta la gente que regala libros con dedicatoria. Me gusta regalar libros que ya he leído.

Me gustan las mujeres guapas y no bonitas. Me gusta enamorarme de mujeres. Me gusta hacer el amor con mujeres. Me gustan las mujeres a las que he amado. Me gusta cargarlas a las tres siempre entre los nudos de mi espalda. Me gusta que aún bajen la mirada cuando les digo "te amo". Me gusta encontrarme en ellas, en sus gestos, en sus recuerdos. Me gustaría encontrarme en su futuro, en el de ella, la única.

Me gusta la gente que sabe que no me conoce por leerme. La gente que sabe que nunca me va a conocer del todo. Me gusta escribirme porque no me gustan los espejos y esta es la mejor manera que conozco de verme. 

Y me gusta haber cambiado y seguir igual. Porque dicen por ahí que con los años no cambiamos, sólo nos vamos volviendo más nosotros. Y me gusta.

7.20.2013

Carta para quien no quiere leer 2.

Son las cinco y dieciocho de la mañana y no sé por qué estoy despierta. Creo que me despertaron las ganas salvajes de salir a buscarla y "cometer todo crimen que este amor exija" o quizá simplemente haya sido la tos. Me cuesta asumir que esta no es una hora decente para llamar porque este amor ha sido indecente desde un principio y así me encanta. Pero me guardo las ganas  de llamar en el espacio que dejó el sueño ausente, como me guardo tantas otras ganas. Cinco y veinte y aún no amanece aunque ya cantan los pajaritos. Cada vez amanece más tarde en esta ciudad de la furia y el sol se escapa entre las rendijas porque ya no sale a saludarme sino pasadas las ocho, cuando los edificios lo dejan. Me voy quedando sin motivos para quedarme y no lo digo con tristeza sino con cansancio, con una impaciencia que me pica las rodillas y me impulsa a comprar el boleto de avión y no volver (aunque sé que volveré, yo, que no me sé ir, que siempre vuelvo). Tengo ganas de desaparecer. De que se les olvide mi nombre, mi manera de caminar y con cuántas cucharadas prefiero el café. Quizá quiero dejar de existir un rato y dormir ya no es suficiente (siempre he dormido horas y horas queriendo escapar de una realidad en la que no me siento cómoda). Ahora dormir no es suficiente y me he pasado muchos años de mi vida desechando la idea de saltar por la ventana como para retomarla ahora. Así que huyo, pero no lo suficientemente rápido. Me quedan dos semanas mal contadas en este lugar y sólo quiero gritar, dar alaridos para que entiendan la urgencia que me recorre el cuerpo, para que se den cuenta de que si no me voy ahora ya jamás podré irme así mi cuerpo recorra mil mares porque los pedazos de mi vida se habrán quedado aquí, con ella. Con ella para que los desbarate, los bote, los teja, los remiende, los muerda o haga lo que quiera con ellos. Tengo ganas de fumar y rebusco en las cobijas sabiendo que la cajetilla está vacía, que últimamente fumo menos y que anoche en un ataque de rabia me fumé los últimos dos cigarrillos que quedaban. Una lástima. Tengo ganas de llorar también pero es muy temprano.¡Qué curioso es estar siempre a destiempo! Haber llegado a mala hora a su vida y ahora no saber retirarme. Se me encharcan las pupilas y se me mete el mar entre los pulmones, ayer le dije que tenía el pelo azul para andar con la cabeza en las nubes y las uñas rojas para pisar pedacitos de infierno. Que tenía el cielo y el infierno en 1,65 de estatura y, aunque no lo dije, que este cielo-infierno estaba a su disposición. Lo que no le conté fue que en realidad tengo el pelo verdeazul, color de mar, y que ando con la cabeza revuelta de olas y no de nubes. Que estoy más hundida que volando.

... Y que a las 6:05 de la mañana, ya me ganaron las ganas de llorar. 

7.15.2013

De grullas y despechos.

Esta entrada se lee oyendo esto.

Ya casi son las tres de la mañana y la gripa aún no me deja dormir. Supongo que a usted no le interesa. No le interesará tampoco que confundo las ganas de llorar y las de estornudar desde hace una hora porque se me coló una canción que conocí gracias a usted en la mitad de la madrugada, una canción de esas bonitas y tristes que llenan de sonrisas los labios y de mares los ojos. Siempre que la pienso me lleno de sonrisas y de mares, me vuelvo salada y me fallan los pasos como si me revolcaran las olas. Me marean los recuerdos y me toca agarrarme duro del presente para no perderme. Entonces hago grullas de origami para alejarme un poquito del mar, para volar un rato. Hace exactamente tres minutos me encontré su grulla amarilla en mi mesita de noche y me crecieron las ganas de llorar. Le escribo porque no puedo llorar o me empeora la gripa, así que para aguantarme las ganas decidí desbordarme entre letras. Llevo quince días con gripa y a veces pienso que este dolor en el pecho es sencillamente culpa de su ausencia y no de la tos. La grulla dice en una de sus alas que aquí está usted y me dan ganas de gritar que no es cierto, de amarrar mi tristeza disfrazada de rabia con un cordel amarillo al ala de esa grulla y que las dos vuelen buscándola a usted. Me muero de ganas de quitar el usted, que me suena tan frío y preguntar a los gritos ¿dónde estás?. Y es que ya casi es diecisiete y me aterra pasar otro onceyseis sin usted. Me gustaría fundirme en su abrazo por un momento, "por cinco minutos porque tres son pocos y siete demasiados", pero le tengo miedo a que mi sonrisa se engarce en su clavícula y ya jamás pueda recuperarla. Y mire que necesito mi sonrisa, que estoy aprendiendo de nuevo a ser feliz y la necesito para ello. No puedo volver a ser feliz sin sonreír. Curiosamente, eso hoy sólo me da más ganas de llorar. Este quererla, quererla tanto pero no quererla aquí. Me pesa su ausencia pero me pesa más la certeza de saber que la quiero lejos. Que aún no soportaría volver a verla. Que quiero aprender a hacer aviones de papel para montar mis ganas de abrazarla en ellos y que vuelen aún más lejos que las grullas, para que vuelen allá donde quiera que está usted, usted que comienza a olvidarme. ¿Por qué tendré los desamores tan largos y la vida tan chueca? Mire que la última grulla que hice, curiosamente amarilla como la suya, salió más chueca que de costumbre. Tengo ya el mar no sólo en los ojos sino en las costillas y está en tormenta, no creo que esta madrugada me deje ir por más grullas que doble. La necesito a usted aquí para hacerle frente a esta sensación horrible de sentir que ya no me ama, porque odio dudar del amor, porque nunca supe conjugarlo en pasado. Porque todavía la amo y no quiero dejar de hacerlo, porque sé que odiarla es imposible y olvidarla aún más,  porque todas las noches me duermo con los dedos de la mano izquierda cruzados para que este desamor se me haga corto y me pase como ya me pasó antes y despierte una mañana sabiendo que la amo sin ganas de tenerla. Amándola sencillamente porque existe y no importa si existe conmigo. Pero todavía no ha dado resultado, quizá Sabina no sabía que además de 19 días y 500 noches iban a ser necesarias mil grullas. Tengo ganas de gritarle, tengo ganas de empujarla, de reclamarle, de... ¡De joderla!. De hacernos pedazos. Porque si me destruye usted no me quejo. Tengo todavía mucha rabia en esta tristeza y mucho dolor en estas ganas. Por eso la quiero lejos. Por eso le di vuelta al colchón para que ya no fuera su lado izquierdo de la cama. Por eso no la nombro. Y por eso, esta madrugada, hago grullas. Tantas grullas como pueda para volármele a usted y a estas ganas de amarla que nunca me cupieron en los huesos.

7.05.2013

Yo nunca supe cuándo decir te amo.


Los te amo hay que saber dosificarlos, y eso es algo que a vos no te cabe en el cerebro y no entiendes. Hay que dosificarlos no porque se gasten, ya que tienen alma de ocho acostadito y de donde sale uno siempre se pueden sacar más, sino porque no todos los oídos los manejan de la misma forma. Es como un acorde que se toca insistentemente con el mismo intervalo entre uno y otro hasta que alguien mamado de tanta zumbadera le arrebata a uno la guitarra de las manos, o se larga arrugando la trompa. En el caso de los te amo pasa lo mismo, te arrebatan un pedazo de corazón del pecho y te dejan adolorido eternidades, o, que nunca sabré si es mejor o peor, se largan arrugando la trompa. Los te amo son jodidos, Amapola, aunque a vos te parezcan tan fáciles como contar hasta diez… tú tienes talento con ellos, no sé por qué magia extraña, pero lo tienes. Haces que en el límite de tus labios o en la punta de tus dedos (porque los te amos los escribes más de lo que los dices) suenen cómo quieres que suenen y den a entender lo que quieres que se entienda. ¡Jodida que eres! ¡Igual de jodida que ellos! Sabes escribir los te amos matizados de te quiero, de te adoro, o de te amo puro y duro con mi corazón puesto en juego rebotando de aquí pa’ allá como pelotita de ping-pong. Sí, exactamente a eso pueden sonar tus últimos te amo, a amor loco desaforado que no puede más o va a estallar y desmoronarse por el universo entero. Y además de hacerlos sonar así, sabes cuándo decirlos y cuándo no… y puedes pasar meses enteros con uno de esos escondido en la garganta, tallándote la voz, hasta que encuentras el momento perfecto para lanzarlo y clavarlo justo en el blanco.

Hay que saber dosificarlos, te digo, porque si no se dañan; comienzan a desafinar, a no sonar como se quiere, incluso algunos llegan a sonar a saludo trillado. Al menos eso le pasa a la gente normal. A mí me pasa. Yo no sé dosificarlos. Así que no me pidas que te lo diga, muñeca. Míralo en mis ojos, siéntelo en mi piel que se eriza contra la tuya, en mis manos que tiemblan al son de tus suspiros, intúyelo en mi voz cuando te hablo de cualquier cosa y júzgalo en tu sangre y no en tus orejas… Pero no me pidas que te lo diga porque ahora no sé si al oírlo resuene a hueco.