Los te amo hay que saber dosificarlos, y eso es algo que a
vos no te cabe en el cerebro y no entiendes. Hay que dosificarlos no porque se
gasten, ya que tienen alma de ocho acostadito y de donde sale uno siempre se
pueden sacar más, sino porque no todos los oídos los manejan de la misma forma.
Es como un acorde que se toca insistentemente con el mismo intervalo entre uno
y otro hasta que alguien mamado de tanta zumbadera le arrebata a uno la
guitarra de las manos, o se larga arrugando la trompa. En el caso de los te amo
pasa lo mismo, te arrebatan un pedazo de corazón del pecho y te dejan adolorido
eternidades, o, que nunca sabré si es mejor o peor, se largan arrugando la
trompa. Los te amo son jodidos, Amapola, aunque a vos te parezcan tan fáciles
como contar hasta diez… tú tienes talento con ellos, no sé por qué magia
extraña, pero lo tienes. Haces que en el límite de tus labios o en la punta de
tus dedos (porque los te amos los escribes más de lo que los dices) suenen cómo
quieres que suenen y den a entender lo que quieres que se entienda. ¡Jodida que
eres! ¡Igual de jodida que ellos! Sabes escribir los te amos matizados de te quiero,
de te adoro, o de te amo puro y duro con mi corazón puesto en juego rebotando
de aquí pa’ allá como pelotita de ping-pong. Sí, exactamente a eso pueden sonar
tus últimos te amo, a amor loco desaforado que no puede más o va a estallar y
desmoronarse por el universo entero. Y además de hacerlos sonar así, sabes
cuándo decirlos y cuándo no… y puedes pasar meses enteros con uno de esos
escondido en la garganta, tallándote la voz, hasta que encuentras el momento
perfecto para lanzarlo y clavarlo justo en el blanco.
Hay que saber dosificarlos, te digo, porque si no se dañan;
comienzan a desafinar, a no sonar como se quiere, incluso algunos llegan a
sonar a saludo trillado. Al menos eso le pasa a la gente normal. A mí me pasa.
Yo no sé dosificarlos. Así que no me pidas que te lo diga, muñeca. Míralo en
mis ojos, siéntelo en mi piel que se eriza contra la tuya, en mis manos que
tiemblan al son de tus suspiros, intúyelo en mi voz cuando te hablo de
cualquier cosa y júzgalo en tu sangre y no en tus orejas… Pero no me pidas que
te lo diga porque ahora no sé si al oírlo resuene a hueco.
(Eso es un pedazo de mi novela. Algún día les publicaré más, lero lero.)
ResponderEliminarLa que comenta para aclarar sus postSS. Y así te quiero, pues.
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