Ay mujer, qué inexplicable sos. Envuelta en cortinas de humo que jamás dejan de cegarme, que siempre me mantienen intentando descubrir qué demonios se esconde ahí detrás. Intentando, como idiota, abrirme paso mientras las volutas se deshacen en mis manos, se meten en los pulmones y me rodean los ojos haciéndolos llorar. Y el corazón rebotando contra el pecho, gritando en contra de la certeza de que todo aquello es completamente en vano.
Qué inexplicable sos, mujer. Y que inexplicable soy. Sí, yo también. Me vuelves inexplicable e inentendible. Lo haces al tenerme ahí, intentando incansablemente (con más terquedad que perseverancia), descubrirte. A vos y a todo eso que escondes, que se me insinúa a veces cuando una brisa marina te corre la cortina y te destapa un cachito de energía, una esquina de sonrisa, un toque de magia. Y yo como tonta, embelesada, con los ojos brillantes y ganas de más. Ganas de más que se quedan frustradas, porque en el momento exacto en el que mi mirada te roza la piel (¿mi mirada, o la brisa?) te das la vuelta y te escondes otra vez. ¿A qué le tienes miedo?
Pero no critico. No es mi papel el de ser juez, puesto que hago lo mismo. Entre mis afirmaciones más sinceras hay un pozo lleno de vueltas y revueltas donde podrías bucear por días. Pero yo te dejo abierta la trampilla, e incluso te presto el tanque de oxígeno si lo quieres. Yo no sé por dónde va el camino entre tus nieblas y no quiero tropezar. No quiero dar el giro equivocado, caer por el barranco y terminar lejos de tí con las rodillas heridas. Te quiero a vos. Me quiero a mí contigo.
Dame un mapa, que me pierdo. Dame instrucciones o al menos dime cómo jugar. Sos inexplicable, soy inexpicable, y toda esta cosa lo es. ¿Cómo me explicas que te quiera tanto, tanto, si ni siquiera sé cómo sonreirías si te tomo la mano? ¿Cómo explicas que no me canse de seguirte, de quererte, de enamorarme de vos... si ni siquiera te conozco? ¿Cómo es que creo saber quién eres, si ni siquiera me he hecho una idea del lugar del que vienes, de las historias que llevas a cuestas, de las historias que has escrito y los suelos que has pisado? ¿Cómo es que me quieres tú a mí, si no sabes...si no me sabes?
(De escritos viejos y otros recuerdos. 2009.)