8.12.2013

Idas y venidas.

(Para leer esta entrada remítase a Bienvenida de Benedetti y ponga de fondo esto, aunque sea muy cursi)

Acaricio la idea de irme como se acaricia a un gato arisco, despacio y con miedo, con tiento y sin afán. Reviso una vez más los pasajes de ida y no me asombro al no encontrar los pasajes de vuelta, como tampoco me asombro de sentir al final de mis piernas la duda de si en serio me voy, y es que a pesar de que mi razón repita incesantemente aquel mantra de seguridad, independencia emocional y autocontrol, sé muy bien que hasta que no despegue el avión no estaré a salvo de estas ganas de correr a sus brazos y prometerle todos los futuros que no me creo yo pero que, quizá, ella sí pueda creer. Tonterías, murmuro con los dientes apretados, tonterías tontas. Y vuelve aquel mantra que me asegura de manera incesante que es lo mejor.

Tengo ya la visa, los pasajes y parte de las maletas hechas. Me niego a terminar de empacar porque siempre hago todo la noche anterior y porque aún no sé si me cabe su sonrisa entre las alhajas o si meter entre las bragas estas ganas de amarle o mejor dejarlas aquí, entre mi saco gris y sus cartas. A decir verdad, mi piel clama por un sexo de despedida que sé que no tendrá lugar sino en mi imaginación porque, a diferencia de mí, ya tiene a alguien con quien desfogar las ganas. Tengo necesidad de un sexo ansioso y enojado que, como cada vez que nuestros cuerpos desnudos se rozaron, clama todo eso que nunca supe decir en voz alta. Un polvo que araña, desordena, muerde y sobretodo dice "no me olvides, no me olvides, no me olvides". No me olvide, guapa, que yo no sé olvidar. No me deje ir, agárreme fuerte, áteme, clave mi cuerpo a la cama y sobre todo, a pesar de que el miedo me queme la garganta al decirlo, sobretodo no deje de amarme. No deje de soñarme que me tomé muy al pie de la letra la última vez que usted dijo que aún sueña con encontrarme en el sillón. No deje de hacerlo que aunque me fuera sin maletas y sin fecha de regreso le llevaría entre las costillas y la entrepierna, abarcando todo mi tronco y marcándome la manera de respirar.

Me voy y la idea de irme seduce tanto como duele. Como el gato arisco que muerde pero se queda. Me voy allá a que el aguasal de mis pulmones encuentre en el mar su lugar. Me voy a remendarme con un haz de luna marinera todos estos huecos sin retal. Me voy dejando los besos sin repuesta, los reproches que arden, todas las canciones que no le dediqué. Me voy huyendo, dejando un reguero y entre pataletas. Me voy sin pensar, porque lo necesito, porque quiero saberme sin usted, porque nunca me gustó explicar mi vida en términos de nadie.

Y lo que a nadie le cuento es que lo más arisco del gato no es irme, sino volver. Porque siempre supe de huidas, de salir corriendo, de que alguien me cogiera de la cintura y me retornara al camino. En cambio de regresos, de vueltas, de recoger los pasos no sé. No sé volver. Y no sé si ahora que me voy, también me vaya de usted y que quizá cuando baje del avión ya nadie me agarre de la cintura y me devuelva de un empujón a su pecho.

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