9.24.2013

Noches de soledad con olor a él. (De Amapola y otros cuentos)

Ella hunde lentamente su nariz en el saco grande que cubre, a duras penas, su piel desnuda. Se hace un ovillo y cierra los ojos. Siempre le ha gustado quedarse así, en bragas y con la ropa de alguien más, después de hacer el amor. ¿Qué carajos estás haciendo? No sabe. Hace mucho no hace el amor propiamente dicho, ahora que lo piensa. Cubre su melena pelirroja con la capucha del saco y cierra con más fuerza los ojos hasta ver puntos de colores.  Le gusta ver esos pequeños fuegos artificiales cuando está perdida en lo más profundo de su esternón y no quiere pensar, pero no puede evitarlo y se enreda entre las ideas abejas y su zumba que zumba. Ha estado sola las últimas horas y además de sola ha estado perdida. ¿A dónde vas a ir a parar? No sabe. Respira hondo. El saco huele a él. Lo quiere a él con ella ahí, abrazándole fuerte y entibiándole las costillas. A él, o a este otro o al de más allá. A veces le da igual. Amapola se ha vuelto famosa en su edificio por los hombres que suben a su apartamento siguiendo el contoneo de su cadera y no salen a la mañana siguiente, o quizá después. Lo que no sabe el portero y la señora de los chismes es que ella no es una mujerzuela de callejón. Se aovilla más sobre sí misma y suspira. Quizá las cosas fueran más fáciles si su reputación y su vida coincidieran y fuera una puta que cobra caro. Pero no, la cosa no es así. ¿Quién te querrá así? No sabe. Pero sabe que ella los quiere. A los tres… ¿o son cinco? Los quiere. Ellos la miman y la acurrucan y ella les besa la comisura de la boca y enrosca sus piernas de vértigo alrededor de ellos. Lo que no saben las personas de moral histérica que susurran a sus espaldas cada vez que toma el ascensor, es que hace mucho tiempo nadie le hace cabalgar el corazón y las ganas. Sonríe torcido por un momento fugaz y luego vuelve a dejar que sus labios se empapen de tristeza. Es cierto que a veces pierde el control y sus manos, y sus bocas, y su calor y sus jadeos rebotando por los rincones y... Pero sólo a veces, rara vez, y no siempre la dejan, a veces ellos tienen más cabeza y más lógica y razones. Después de todo saben cómo funciona, es la pequeñita frágil con alma de fuego que necesita que de vez en cuando  la salven del incendio. ¿Te conocen en realidad? No sabe. Aún así, hace mucho, en realidad mucho, que nadie la hace olvidarse la conciencia en un rincón y que nadie logra erizarle desde la piel hasta los huesos. Como Candelaria. Amar hasta la locura ida y vuelta, o no, quizá no… Mejor alguien que la caliente a fuego lento y con mesura, que le bese no sólo los labios sino las cicatrices y le seque el agua salada que tiene en los pulmones. Que no la deje toda rota como Candelaria. Hace mucho que no quiere encaramársele a alguien encima y a punta de besos robarle el alma mientras deja que entren en ella y le echen un vistazo a su corazón. Hace mucho que no tiene a quién escribirle Je t’aime en una servilleta o a quién regalarle el sonido de su risa cuando el viento la despeina. ¿Llegará alguien así para ti? No sabe. Respira profundo nuevamente. Huele a él. Se abraza a sí misma con fuerza. Huele a cariño sincero y a seguridad. Eso siente cuando duermen con ella, respirando tranquilamente y con su brazo pesado encima, agarrándola para que no se caiga en ese mundo de pesadillas que tiene en frente. Y ella apretadita, escondida en su pecho, esperando que sea cierto eso que leyó alguna vez de que los corazones sintonizan latidos, porque el de ella tiene la mala maña de latir tan rápido que la aterroriza y no la deja dormir. Entonces por un momento, logra llenarse los pulmones de azul cielo y dibujarse una sonrisa que la arrulle. Huele a él y él, ellos, huelen bonito. Sí, bonito. Y se siente bonito. Aún así, hay momentos en que no es suficiente y extraña alguien que la complete y que le llene de amor las tripas en noches como estas en las que tiene tantas tantas tantas ganas de llorar. Alguien color violeta que le espante las pesadillas con cuentos de mar y el chirrido del colchón. Alguien que, al robarse ella su ropa después de hacer el amor, la prenda no huela a singular sino a plural. Hace mucho que Amapola no sabe qué es un nosotros. Ay, ojalá las ideas abeja dejaran de picar… 

9.04.2013


Tengo los gritos atados en la garganta porque se cansaron de rebotar contra las paredes, allá donde usted no los oía y por eso ahora hablo ronco y con cuidad, lo cual no significa que haya dejado de llamarla a gritos. Ando corriendo entre los callejones del olvido esperando encontrármela de frente y zambullirme un rato en esos ojos de infinito buscando no sé qué, quizá más pretextos para dejarla ir que todos los que llenan, con mala caligrafía, las servilletas que se me cruzan cuando tomo café recordándola a usted. Todos esos pretextos que se lleva el viento cuando el cuncho del café me revela que, de una u otra forma, no me deshago de la idea de que usted siempre va a saber volver (o quizá, sabré yo). Debo decir que también la imagino en la cama una de cada dos madrugadas y entre el deseo y el despecho me ganan las ganas y mis manos juegan a ser las suyas aunque a la mañana siguiente sólo esté frío el lado izquierdo de la cama y yo tenga más intención que nunca de ir a buscarla, de agarrarla fuerte y pedirle que me diga en la cara que no es cierto que nadie la besa como yo, que nadie la lame, la muerde, la desarma como yo. Que aún me halla en las noches de luna con sonrisa de gato escondida en el hueco de su clavícula. En cambio yo ya le he susurrado, pasito y con los dientes apretados, que usted es mi talón de Aquiles y que si es su piel la que me toca rindo mi ciudad sin necesidad de que enliste su ejército, aunque me encante pelear a muerte con usted, con los ojos rojos, los labios quebrados y el pecho jadeante y hacerme la fuerte cuando ambas sabemos que mis debilidades nacen y acaban en usted. Quizá lo que no le he dicho es que estoy dispuesta a librar la guerra y a lamerme las heridas solas después de cada batalla. Que no me dan miedo los amores que duelen, las esperas sin fin o los parasiempres deshojados. Que sí, que lloro por las noches pero que soy buena marinera y aprendí a navegar entre la aguasal. Que Woody Allen me enseñó que los amores más románticos son los imposibles y que Ismael todavía me canta canciones de amor. Que estoy dispuesta a tomar el papel que me asigne y que aunque no soy partidaria de los daños a terceros, estaré al pie de sus labios apenas haya bandera blanca. Que no quiero domingos por la tarde, ni bautizos de sobrino, ni té a las cinco y que hasta me gusta que amanezca sin mí. Que no quiero ser la princesa del cuento sino su cicatriz. Que aún soy una sagitario y es candela lo que me corre en las venas Y aunque usted sepa que cuenta conmigo, hasta dos o hasta diez, quizá sea en otros pechos que descubra la manera correcta de amarla a usted.