7.20.2013

Carta para quien no quiere leer 2.

Son las cinco y dieciocho de la mañana y no sé por qué estoy despierta. Creo que me despertaron las ganas salvajes de salir a buscarla y "cometer todo crimen que este amor exija" o quizá simplemente haya sido la tos. Me cuesta asumir que esta no es una hora decente para llamar porque este amor ha sido indecente desde un principio y así me encanta. Pero me guardo las ganas  de llamar en el espacio que dejó el sueño ausente, como me guardo tantas otras ganas. Cinco y veinte y aún no amanece aunque ya cantan los pajaritos. Cada vez amanece más tarde en esta ciudad de la furia y el sol se escapa entre las rendijas porque ya no sale a saludarme sino pasadas las ocho, cuando los edificios lo dejan. Me voy quedando sin motivos para quedarme y no lo digo con tristeza sino con cansancio, con una impaciencia que me pica las rodillas y me impulsa a comprar el boleto de avión y no volver (aunque sé que volveré, yo, que no me sé ir, que siempre vuelvo). Tengo ganas de desaparecer. De que se les olvide mi nombre, mi manera de caminar y con cuántas cucharadas prefiero el café. Quizá quiero dejar de existir un rato y dormir ya no es suficiente (siempre he dormido horas y horas queriendo escapar de una realidad en la que no me siento cómoda). Ahora dormir no es suficiente y me he pasado muchos años de mi vida desechando la idea de saltar por la ventana como para retomarla ahora. Así que huyo, pero no lo suficientemente rápido. Me quedan dos semanas mal contadas en este lugar y sólo quiero gritar, dar alaridos para que entiendan la urgencia que me recorre el cuerpo, para que se den cuenta de que si no me voy ahora ya jamás podré irme así mi cuerpo recorra mil mares porque los pedazos de mi vida se habrán quedado aquí, con ella. Con ella para que los desbarate, los bote, los teja, los remiende, los muerda o haga lo que quiera con ellos. Tengo ganas de fumar y rebusco en las cobijas sabiendo que la cajetilla está vacía, que últimamente fumo menos y que anoche en un ataque de rabia me fumé los últimos dos cigarrillos que quedaban. Una lástima. Tengo ganas de llorar también pero es muy temprano.¡Qué curioso es estar siempre a destiempo! Haber llegado a mala hora a su vida y ahora no saber retirarme. Se me encharcan las pupilas y se me mete el mar entre los pulmones, ayer le dije que tenía el pelo azul para andar con la cabeza en las nubes y las uñas rojas para pisar pedacitos de infierno. Que tenía el cielo y el infierno en 1,65 de estatura y, aunque no lo dije, que este cielo-infierno estaba a su disposición. Lo que no le conté fue que en realidad tengo el pelo verdeazul, color de mar, y que ando con la cabeza revuelta de olas y no de nubes. Que estoy más hundida que volando.

... Y que a las 6:05 de la mañana, ya me ganaron las ganas de llorar. 

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